Hermanas
de Nuestra Memoria
“LA MIRADA DE UNA EDUCADORA QUE APUNTA HACIA A LO ALTO…”
«Hna M. GIUSEPPA DELLA CROCE, (Clementina Parchetti) nació en Zagarolo en 1854. Habiendo ingresado en el Instituto a la edad de veinte años, el camino de formación comenzó con el entusiasmo de la juventud para ser Hija de la Divina Providencia con el corazón de la Madre Elena Bettini a quien había conocido. La escuela fue su mayor pasión, el campo de entrenamiento para los sacrificios ocultos, ofrecido por el inmenso amor que llevó a la Cruz de Jesús. La mortificación, en la humildad de los días, la hizo más y más similar a la donación total del Crucificado que la hizo víctima de la caridad.
Después de completar el noviciado, fue enviada a Grottaferrata como directora de las internas y docente en la escuela primaria municipal. Su incansable labor educativa fue apreciada por todos, la escuela y los educados florecieron tanto por la cultura como por la educación y formación cristiana.
Llamada de regreso a Roma en 1902 para ser una maestra de novicias, se quedaría allí por muy poco tiempo porque la comunidad de Grottaferrata, que había experimentado sus extraordinarias cualidades como maestra, su espíritu de adaptación a la gran pobreza ambiental, no podía renunciar a su presencia, no podía prescindir de esta maestra que en 23 años había cambiado la imagen de su escuela y sus familias. Luego, con solicitudes continuas y apremiantes, obtuvo de su Madre General Hna. M. Cherubina Camerata, su regreso a la escuela Grottaferrata y fue una fiesta para toda la ciudad.
Con entusiasmo y sacrificio, reanudó el ministerio de educación moral e intelectual de las niñas, explicándoles esta energía y actitud que parecía haber sido formada por la Providencia precisamente para esta misión sublime y delicada. Unos años más tarde, también fue superiora de la comunidad, responsable de las Hijas de María, la próspera congregación mariana en Grottaferrata desde los orígenes de nuestra historia. La Madre Giuseppa llenó sus días con oración, trabajo, sacrificios y nunca perdió la oportunidad de ofrecerle al “Amore Crucifix” el “paquete de mirra” diario. Era muy afable con todos, pasó de los trabajos más humildes y pesados de la casa, a los bordados que era muy hábil. Siempre frugal en la comida, no descuidaba el ayuno en los días de penitencia, y, a menudo, como nuestras madres más antiguas, ceñía el cilicio.
El amor por el Santísimo Sacramento y por el Sagrado Corazón fueron su vida: después del horario escolar, recogía flores para decorar el altar y permanecía absorta en la oración durante mucho tiempo. Las hermanas estaban seguras de que en una de estas conversaciones íntimas se ofreció como víctima a Jesús Crucificado: la muerte trágica que ocurrió en 1905 nos hace suponer esto. Ella estaba horneando pan en un horno público y de repente cayó, cayendo al fondo de una escalera oscura, de donde se sacó inconsciente y gravemente herida de la cabeza.
Sobrevivió unas pocas horas, y su hermosa alma voló hacia el abrazo del Esposo Celestial, a quien había amado tanto en la tierra. Fue un luto nunca visto en la ciudad que duró nueve días porque en Grottaferrata veían en ella a una santa.
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