Hermanas
de Nuestra Memoria

DEJEN QUE LOS NIÑOS VENGAN A MÍ

Hna. M. Adele Flagello nació el 28 de mayo de 1914 y murió el 19 de julio de 1944 en Roma. Su corta vida dejó un rastro profundo de su amor por la Regla y por su dedicación ejemplar para ayudar a los niños más pequeños que el Instituto acogió, incluso antes de que estuvieran en su segundo año. Consciente de que esas criaturas, provenientes de familias en dificultades, eran especialmente queridas por el corazón de Dios que favorece a los pequeños, se entregó a esta delicada misión, siempre vigilante con el corazón de una madre, disponible día y noche en cada llamada. Ella, aunque era tan frágil en su constitución física, apoyó serenamente cada sacrificio, feliz de hacer la voluntad de Dios, expresada por la obediencia.+

Después de una cirugía delicada, sobrevivió solo una semana, aumentando la aceptación serena del dolor y la muerte. Sabía el día y la hora de su muerte, mientras las hermanas esperaban y oraban por su recuperación, rodeaban el lecho de la enferma amada con todo el cuidado día y noche, construido por su sereno abandono a la voluntad de Dios con el amor de una hija.

Cuando se le pidió que orara a la Madre Fundadora para que se sanara, ella respondió que no quería que se recuperara, dejando que se entendiera que había tenido un encuentro con la Madre y que estaba feliz de seguirla al Cielo. A la Hna. M. Egidia le dijo: “Haz mi parte con la Madre General, dile que le pido perdón por todos los dolores que pude haberle causado, dile que rezaré mucho por ella, por todo el Instituto, por la santificación de cada hermana”.

«Aquí debo decir en conciencia, la Madre General especifica en su circular, que la querida hermana nunca me ha dado un disgusto, al contrario, ella me edificó con su conducta impecable tanto en el cumplimiento de su deber como en la observancia regular con espíritu de sacrificio. Si entendió la necesidad de pedir perdón antes de morir, fue por la gran humildad que era su característica dominante».

Después de una breve pausa, la Hna. M. Egidia le preguntó: «¿por qué no me llevas contigo?» Ella respondió: «No, debes hacer aun tanto bien, te encargo a mis pequeños».

El mal empeoró rápidamente y tuvo la alegría de hacer la profesión perpetua. A menudo preguntaba qué hora era y, cuando una hermana le respondió, le preguntó si ya debía irse, y ella respondió: «al mediodía me pondré en agonía con Jesús Crucificado».En esas últimas horas tuvo la gracia de ver a la Virgen varias veces, San José con El niño Jesús que les sonreía.

La Hna. M. Adele respondió con una sonrisa radiante, mirando siempre hacia un lado de la habitación. Le preguntaron: «¿Por qué sonríes? ¿Ves a la Madre Fundadora?” No, respondió ella. “¿Y a quién ves?” ¡A Nuestra Señora! Respondió ella, ¿Está ella sola? También está San José y el Niño Jesús. «¿Y qué te dicen?” Agregó una hermana. Nada, siempre me sonríen. «Al mediodía sufrió una agonía que duró hasta las 4 de la tarde, cuando, como un niño que se quedó dormido dio su último aliento.

(De los manuscritos de la Madre Nicolina Scarlatti)

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